León Febres Cordero

27.12.2019

(Guayaquil, 9 de marzo de 1931 - ib., 15 de diciembre de 2008)

Por: Liliana Febres Cordero Cordovez


Mi padre descubrió tarde, pasados los treinta años, su interés por la política activa. Lo suyo, desde niño, cuando acompañaba a mi abuelo Agucho, entonces administrador del ingenio San Carlos, era el funcionamiento de las máquinas, los números y la termodinámica. Ese interés lo llevó a estudiar, en el Stevens Institute of Technology, New Jersey, Estados Unidos, la carrera de ingeniería mecánica. Su vida profesional lucía en las antípodas de la política.

Sin embargo, su vocación de servicio lo fue llevando de a poco al terreno de la política, primero como Senador, luego como Diputado Constituyente, ambos cargos en representación de las cámaras de la producción. Más tarde, a partir de 1979, ya por votación popular, fue diputado nacional, Presidente de la República, Alcalde por dos ocasiones de su ciudad natal, Guayaquil, y Diputado para los períodos del 2002-2006 y del 2007-2011. Por razones de salud, renunció en el 2007 a su curul. Falleció el 15 de diciembre del 2008.

Desde que yo era una niña, se proclamaba liberal. Su pensamiento liberal era integral, un todo; no se refería únicamente a lo político, también a lo económico, social, cultural y religioso. Mi padre sostenía que no se podía ser liberal por parcelas. Había que serlo integralmente.

Para alcanzar el progreso, decía él, hay que abandonar la tribu y la nostalgia que los seres humanos tenemos por ella. Hay que atreverse a tomar decisiones por uno mismo, formarse y tomar la responsabilidad de empujar el desarrollo de la sociedad.

Estoy segura que fue el primer político ecuatoriano en hablar directamente y con franqueza sobre su pensamiento liberal, al menos en lo económico. Creía en la economía de mercado. Defendía con ahínco el derecho a la propiedad privada, a la iniciativa de los individuos para emprender y hacer empresa, crear fuentes de trabajo y encender el mecanismo del crecimiento y distribución de la riqueza. Les corresponde a los ciudadanos y no al Estado, que debe garantizar seguridad jurídica, el desarrollo económico de un país, sostenía.

Mi padre decía todo esto en pleno auge del comunismo y socialismo, es decir cuando no era políticamente correcto. Pero a él, qué duda cabe, le traía sin cuidado eso. Para él lo correcto era decir lo que pensaba y actuar coherentemente. El pueblo así lo entendió y se entusiasmó con su franqueza y verbo directo, con sus propuestas concretas y con sus acciones en los cargos que ejerció. Nunca dejó de contar con el voto favorable de los ciudadanos para todos los cargos a los que fue candidato.

Curiosamente, quizás por egoísmos o porque nadie creía en sus opciones políticas futuras, el partido Liberal nunca le dio acceso a sus filas. Una noche, luego de un debate de televisión al que había sido invitado en 1979, antes de las elecciones de segunda vuelta que disputaban Jaime Roldós y Sixto Durán Ballén, y de las de diputados, fue localizado por dirigentes del Partido Social Cristiano quienes le pidieron que se afilie al partido y se postule como candidato a Diputado. Después de una noche en vela meditando, aceptó el reto, a cambio de que ese partido modificara su ideario e incorporara conceptos liberales.

Así arrancó la fase de su vida política por medio de elecciones populares. Llegó a la política para no irse nunca. Su vocación de servicio no se lo permitió.

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